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LT CORTESIA

Atenas.

Viajo a bordo de un confortable coche cama de los ferrocarriles croatas en un paisaje invisible y oscuro que invita a quedar dormido. El tren emplea toda una noche en cruzar la cadena montañosa de los Alpes a través de Suiza, Austria y Eslovenia. Llegada a Ljubljana a primera hora de la mañana, tengo casi tres horas hasta la salida de mi próximo tren, tiempo que aprovecho para visitar el pequeño y bonito centro de la capital eslovenia. De regreso a la estación, me percato del muy severo estado en el que se encuentra el material rodante totalmente grafiteado.

Entre Ljubljana y Atenas no tardo en caer dormido entre las redes del sueño que se desvanecen en recuerdos que reduzco a la nada, los destierro al olvido permanente en una amnesia voluntaria, y deshago los nudos estancados en la línea del tiempo buscando recobrar el aliento perdido. Días y noches después despierto en otro lugar, inicio del verdadero viaje en barco, del Mar Egeo al Océano Indico... He llegado a Atenas.

Un autobús urbano me lleva al centro de la ciudad. En la media hora que dura el trayecto noto cierto caos y desorden, todas las calles y edificios me parecen iguales. Sólo el impecable cielo azul dan una nota de color a lo que parece una gran urbe gris y monótona, sin embargo al llegar al centro toda esta percepción cambia. En algunas de sus principales calles, puestos de todo tipo de instalan en sus aceras, y pequeños comercios prolongan sus improvisados escaparates ocupando toda la fachada disponible. En el mercado central de carne y pescado, cada vendedor afina su estrategia entre una multitud que se reparte entre clientes y curiosos. Grecia está en crisis, pero vista desde la perspectiva de quien está de paso, en su capital reina la actividad normal propia de cualquier gran ciudad.

Visito el Acrópolis bajo un sofocante calor y una oleada de turistas que vienen de todas partes. Bajando de nuevo por una de sus calles, Atenas toma aires de Valparaíso... La tarde pasa con extrema rapidez, tengo la hora de embarque fijada a las 18:00h y pronto debo ir en busca de la terminal de contenedores a Pireus, puerta de acceso al mar y puerto más importante de Grecia. La terminal de viajeros rebosa de actividad, no menos de ocho ferrys y tres cruceros se encuentran amarrados en sus muelles.

De pronto escuho un golpe seco a mi derecha, un coche a percutado una pequeña motocicleta. Una silueta femenina se incorpora ligeramente sentada en el borde de la acera, se quita lentamente el casco, es una mujer de unos 30 años. La chica se pone a llorar, no llora de dolor, llora de miedo e impotencia... Sus manos tiemblan, su frágil y asustado cuerpo se pliega sobre si mismo, casi se ve incapaz de poder levantarse, la tensión la mantiene unida con el rugoso asfalto. Tiene algún rasguño y varias heridas superficiales que palpa con las yemas temblorosas de sus dedos. Lentamente se recompone con la ayuda de otros anónimos que le ofrecen una silla y agua, por suerte nada grave. Ahora soy un simple espectador, y debo seguir buscando el bus que me dejará en la terminal de contenedores.

La parada más cercana de transporte público queda a 15 min. caminando de la terminal. Se accede a ella por medio de una carretera con acera peatonal por la que circulan un intenso y polvoriento tráfico de camiones. Después del rutinario control en la entrada del recinto, un shuttel me conduce directamente al pie de la enorme estructura, la del "LT Cortesia".

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