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ESTE II


1 de enero – 3 de enero de 2005: Madrid-Zurich

Hoy es año nuevo y mientras muchos se recuperan de la fiesta de la noche anterior, emprendo los preparativos para mi segundo gran viaje hacia el este. He cumplido mi promesa de volver al este justo un año después de mi inolvidable viaje a Polonia. Hay nervios, no consigo acostumbrarme a esta incertidumbre de viajar en solitario en los primeros compases de mi aventura, tal vez esta sensación de intranquilidad le dá más emoción si cabe al viaje.
22:00h y el “Costa Brava” Madrid – Cérbére siempre en su sitio, aguanta bien su posición a pesar de los constantes rumores de supresión de este tren desde la inauguración de la línea de alta velocidad Madrid – Lérida. Los viajeros que ocupan el resto de las literas van a su rollo, de modo que ocupo la mía. Tardo en dormirme, pero al final logro conciliar el sueño hasta mi llegada a Barcelona, para continuar ya despierto y disfrutar, como siempre, del bonito paisaje rústico que ofrece el tramo Barcelona – Cérbére. Al llegar a la frontera francesa dispongo de varias horas libres, aprovechando el día con una visita a Toulouse. En el trayecto coincido hasta Narbonne con una joven que viajaba desde Madrid, entrando en animada conversación.

Hoy la SNCF tiene su día negro, numerosos trenes regionales, grandes líneas y TGV tienen retrasos muy acusados. Después de la visita a la ciudad y tras recorrer algunos de sus monumentos más emblemáticos (Pl. du Capitole, Pl. des Jacobins, Basilica de St. Sernin…), regreso a la estación tras un día frío y lluvioso. Al caos del tráfico ferroviario se le une el regreso de los que terminan sus vacaciones de navidad, abarrotando la estación en todos sus rincones. Tras un leve retraso, el Toulouse – Narbonne va lleno, y a mi lado viaja un hombre de mediana edad, es guía de alta montaña y se dirige a recoger unos clientes para al día siguiente viajar a Madrid y tomar un vuelo a los Andes. Nuestra conversación acerca de nuestros viajes respectivos concentran todo nuestro interés, siendo en todo caso los míos de proporciones más modestas ante un hombre de mundo.
Tras una espera de unas 2 horas en Narbonne, anuncian por los altavoces la llegada del nocturno procedente de Cérbére y destino Mulhouse, que me dejará a las puertas de Basilea.

3 de enero: Basilea y Zurich

Basilea, gran centro industrial y logístico, en el cruce de las más importantes rutas de transporte europeas, acoge también un lugar de descanso idóneo para los numerosos viajeros que hacen aquí correspondencia. La estación, muy bien situada, dista escasos 500m. del centro de interés cultural y artístico de la ciudad. Desde la otra orilla del Rhin, se tiene una magnífica vista panorámica del casco histórico de Basel. Con tiempo previsto, decido volver a la estación, y coger alguno de los numerosos directos a Zurich que realizan el trayecto en una hora.
Zurich, centro económico del país, mantiene el estilo arquitectónico de Basilea, pero más dinámica y cosmopolita. Su casco antiguo, bañado por el lago del mismo nombre de la ciudad que lo rodea, y desde cuyo horizonte puede adivinarse las primeras cimas de los Alpes suizos. Al anochecer, una fotogénica ciudad se abre paso a mi cámara fotográfica. Con el descenso de la temperatura, la vuelta a la estación se hace necesaria a la espera de mi correspondencia hacia la Rep. Checa.

3 de enero – 4 de enero: Zurich – Praga

El EN 467 “Wiener Walzer” está formado por una larga composición de 17 coches con destino Viena, Budapest y Praga, conformando una variedad de material heterogenea…la rama es sin duda impresionante. Mi coche litera a Praga está situado en cabeza y en mi compartimento de 4 literas no viaja nadie, aunque apenas 10 viajeros ocupan el resto del coche. Pronto la nieve hace acto de presencia al acercarnos a la frontera austriaca, donde quiero permanecer despierto para el ascenso al puerto del Arlberg, pero mi sueño me vence. Me despierto entre prados verdes y colinas ocres. Pronto, nuestro tren desfila por la periferia de la ciudad de Praga sobre un fondo gris que amenaza lluvia, para detenerse bajo la imponente marquesina de la estación de Praga Hlavni.

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