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ARGENTINA & PATAGONIA

Madrid - Buenos Aires.

Viernes 27, es muy temprano y todavía el sol no ha salido. Es la primera vez que alguien me acompaña en el inicio de un gran viaje. Mi cuñado me espera frente a la puerta de mi casa a las 6 de la mañana. Aún siendo un viaje con un marcado carácter familiar, todavía mantengo vivo ese gusanillo de inquietud, tensión... por una vez no inicio un viaje desde una estación ferroviaria. Madrid - Barajas me espera con sus alas desplegadas para llevarme al otro lado del atlántico.

En el mostrador de Air Europa no hay nadie en la cola, por lo que mi trámite de facturación es rápido y eficaz. Todavía queda tiempo, decido irme a mi rincón predilecto del aeropuerto, la cafetería de la T2, desde donde sus grandes ventanales me ofrecen una visión panorámica del alba, lo mismo que mis pensamientos que recorren a través de ellos lo que espero, lo que quiero, lo que deseo en estos próximos 30 días. Editors me acompañan en estos primeros compases del viaje, con su ritmo frenético tengo la sensación de que el tiempo trascurre ahora a velocidad de vértigo. Es hora de ir a la puerta de embarque, once horas de paciente vuelo y estaré en Buenos Aires.

Buenos Aires.

A mi llegada me espera parte de mi familia afincada en Capital Federal, un reencuentro a los que ya visitaron Madrid y un encuentro a los que todavía nunca había visto. En la autopista que nos lleva a Buenos Aires, noto el cambio económico en los automóviles que veo, entre otros, Renault 12, Peugeot 504... vehículos que hace años dejaron de circular por Europa Occidental. Buenos Aires es enorme, con sus calles y avenidas rectas e infinitas, algunas de las cuales cuentan con varios miles de números. Me siento un poco como Bill Murray en "Lost in Translation" a la llegada de una gran ciudad, intentando captar los primeros detalles con los ojos visiblemente cansados después del largo viaje.


En los cuatro días posteriores recorremos parte de Buenos Aires. Puerto Madero, donde cada rincón se encuentra vigilado por centenares de videocámaras. Restaurantes y bares florecen como champiñones para los turistas cada vez más numerosos después de la crisis con que Argentina recibió al siglo XXI. En el puerto de Río de la Plata, infinidad de contenedores aguardan a ser cargados en algún buque de transporte. Alex se sonríe, señal de que la economía argentina empieza de nuevo a salir a flote después de las terribles aguas turbulentas económicas que han azotado a todo el país después de aquel 2001. Mi tío me enseña todo el barrio, donde numerosos "gallegos", es decir, emigrantes españoles, vinieron aquí en los años 40, 50 y 60. Las mejores cafeterías del barrio son de propietarios españoles que han logrado prosperar de una manera muy notable llegando a su actual estatus social. Esta es solo una historia de las infinitas que pueden contarse a lo largo y ancho de este enorme país, donde muchos otros no tuvieron tanta fortuna y se limitaron a sobrevivir en las desoladas tierras de la Pampa y la Patagonia argentina.

Mi primo y Alex me enseñan la ciudad más europea de toda América del Sur. En algunas calles de Buenos Aires se tiene la sensación de estar en París, y no es de extrañar esta situación teniendo en cuenta que edificios enteros fueron construidos según un modelo francés, eregidos por arquitectos franceses de la época y materiales de construcción importados para la ocasión. Avenidas anchas y espaciosas que llevan por nombre Av. 9 de Julio o Santa Fe, dejan paso a otras que evocan sus intenciones mas sonoras de cautivar al viajero despistado como Av. Corrientes, Av. de Mayo, Sarmiento... No obstante, un despiste puede convertir una situación normal en una anécdota, a no ser que uno se encuentre en el lugar equivocado. Nos ponemos en situación, lugar el barrio de La Boca. Allí esta el popular "Caminito" con sus casas pintadas de vivos colores, aunque fuera del perímetro de estas 2 calles la cosa es bien distinta. Nota de una italiana que conocí: había cogido el bus correcto, se bajo en la parada equivocada y le salió a su encuentro una mujer del barrio haciéndola un gesto negativo y amenazador con el dedo, volviéndose a subir en el siguiente bus. La zona no inspira ninguna confianza.

Enfrente del ministerio de Defensa todavía pueden verse las huellas del intento del golpe de estado a principios de la década de los 90, con sus agujeros de bala sobre las columnas de marmol. Cerca de aquí queda el popular barrio de San Telmo. Hoy es Domingo, hemos quedado con unos amigos de mi primo que trabajan en la Feria de San Telmo, en la Plaza Dorrego. A estas horas de la tarde, la calle principal del barrio está repleta de gente, muchos curiosean y algunos compran en una de las innumerables tiendas de arte y antiguedades aquí instaladas. La Plaza Dorrego, o mejor dicho la Feria de San Telmo, es un concentrado de todo lo que puede ofrecer la cultura argentina, y uno puede encontrar aquí todo lo inimaginable con respecto a la artesanía y folklore popular argentino. Allí conozco a Fernando y Federico, que venden soldaditos de plomo en uno de los puestos. Diríase que son el prototipo típico de porteño del que todos hemos oido hablar alguna vez, capaz de convencerte de lo impensable, charlatan y criticón, con salero y gracia, y un don de palabras sin igual. Paseamos por la zona, donde nos reunimos con otro amigo, este profesor de escuela. Y entre cafés y submarinos, abrimos tertulias compartidas, del que soy oyente de la vida cotidiana de Buenos Aires y porteños.

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