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RIO BRAVO

Atlántico

A partir de septiembre el golfo de Vizcaya es imprevisible, es la puerta de entrada al Atlántico Norte con todo lo que ello conlleva. Tengo todo mi arsenal preparado para el mareo: raíz y caramelos de jengibre, pulseras seeband, medicamentos, frutos secos y galletas para mordisquear, caramelos refrescantes… Llueve en el exterior, el viento es lo suficientemente fuerte como para notar que el barco se mueve con más insistencia que los días anteriores. A lo largo de toda la jornada de hoy me siento indispuesto físicamente como era de prever, sin embargo tengo mucha suerte, el rolling apenas existe, aunque se pronosticaba un movimiento bastante más intenso. Mañana deberíamos volver a una relativa tranquilidad, a menos de 40 millas de distancia y a 3 horas de navegación de la costa más cercana, la de la península Ibérica.

La sala de máquinas, alta como un edificio de 8 plantas, es el corazón del barco. La sala de control está totalmente computerizada, lo complementan toda una serie de armarios eléctricos y centralitas electrónicas. El ingeniero jefe y el segundo nos guían en unas explicaciones que apenas podemos entender con los cascos antirruido, el ruido de las máquinas aquí dentro es elevado al igual que el calor. La construcción de los nuevos navíos son cada vez más grandes y sofisticados, sin embargo son más lentos, la crisis también pasa por este sector. Una hélice de casi 8 metros de diámetro disipa al exterior toda la energía que aquí se produce.

El segundo ingeniero es polaco, y lleva casi once años embarcando para distintas navieras alemanas. Se ha acostumbrado a este ir y venir de puerto en puerto, de trabajar ocho, diez, doce horas al día, pero también de deleitarse con las “pequeñas grandes” alegrías que le ofrece su trabajo. Me cuenta ilusionado a través de sus pequeñas lentes de escritor, que el mejor momento en sus largas temporadas que pasa fuera de casa, es cuando finaliza un contrato y se dirige al aeropuerto en un taxi que le llevará de vuelta a casa. Para él, instantes siempre únicos.

Gilles, canadiense y de padre marinero, decidió enrolarse en la marina mercante apenas terminada su adolescencia. Es ingeniero jefe y lleva más de cuarenta años navegando en los mares de todo el mundo. Tiene una voz que trasmite pasión por el mar en un tono siempre honesto y sincero, y una sonrisa burlona que enrojecen sus mejillas con facilidad pasmosa. Toda su trayectoria personal y profesional queda resumida en una frase no exenta de cierta melancolía - mi vida es el barco y la mar mi maestra -

Es domingo 22 de septiembre. A diferencia de los dos días anteriores, el océano Atlántico presenta hoy una calma absoluta, y el mar adquiere el reflejo de un impecable cielo azul, surcado de estelas blancas y rectilíneas que rompen la uniformidad del infinito. En la proa, el zumbido de los contenedores frigoríficos y de los motores del barco queda anulado por un sonido que me llega amortiguado y cercano. Me dejo hipnotizar por los contornos que adopta el agua al friccionar contra el impresionante bulbo de proa, a veces violentamente creando un enorme baño de blanca espuma, y otras deslizándose suavemente bajo el agua cristalina. Distanciados y lejanos, oteo en el horizonte los dos portacontenedores que apuntan en la misma dirección que la nuestra, rumbo al estrecho de Gibraltar.

Bajo este panorama, cierro los ojos, concentro todos y cada uno de los sentidos en este preciso instante. Dejo que la brisa acaricie cada centímetro de mi rostro hasta escuchar el silbido del viento susurrar en mis oídos, absorbo cada esencia de mar hasta quedar extasiado, y hago que el sol me abrace hasta fundirme con él. Cualquier pensamiento pasado o futuro se detiene justo en este presente, puedo sentirlo con tanta fuerza como alguien ama una banda de música ó una persona. Me dejo cautivar por la mas sublime relajación, por una paz interior que da sentido a este viaje.

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