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SIBERIA

Volgogrado

Volgogrado, Stalingrado para los puristas de la historia, y quien viene aquí lo hace normalmente para conocer el lugar en el que se desarrolló la más famosa y trágica de las batallas urbanas del siglo XX. Mi visita coincide con los preparativos del 75º aniversario de la victoria del Ejército Rojo sobre el Sexto Ejército. Grandes murales y pancartas anuncian en las principales calles de la ciudad un gran desfile militar para el día 2 de febrero. En el hostel un grupo de adolescentes se preparan estos días para participar en el desfile como parte de una actividad extraescolar. Aquí conozco a Damien de Irlanda, viaja en solitario por unos meses antes de escoger su nueva vida, ha decidido dejar su trabajo y su país para empezar de cero en otro lugar.

Creo que he llegado tarde al invierno ruso, la temperatura no llega siquiera a los -10º e incluso alcanza +2º al día siguiente. Apenas utilizo la ropa de invierno que llevo en mi equipaje, hace frío pero no es lo que esperaba… Muchas de sus calles adyacentes están encharcadas de agua y nieve derretida, más negra que blanca. El Volga no está congelado, aunque algunos témpanos de hielo flotan por la orilla buscando el Mar Caspio. El viento corre frío y libre por mi rostro en ausencia de obstáculo natural alguno, la inmensa llanura euroasiática se extiende en dirección la estepa kazaja al otro lado del río. La ciudad se asienta en una suave pendiente sobre la que florecen torres de viviendas en anchas avenidas. Grandes tuberías aisladas cruzan calles y parques, y arcaicos e indestructibles tranvías me recuerdan que estoy en una ciudad modelo rusa.

Visito primero la entrada a la famosa fábrica de tractores al norte de Volgogrado. Un tanque sobre un pedestal señala el lugar donde civiles y trabajadores hacían también la guerra, permanezco unos minutos en tan emblemático lugar. Al llegar a Mamayev Kurgan nieva con intensidad, pronto la otra orilla del Volga se torna borrosa bajo la ventisca de nieve que se acerca. Tras subir varios tramos de escaleras se llega a la enorme estatua de la Madre Patria que culmina en lo alto de la “cota 102”. La Llama Eterna y un gran cementerio militar con miles de nombres inscritos en losas de mármol completan el recinto. Todo el lugar es imponente y produce a la vez un gran respeto.

Centenares de miles de vidas fueron aquí desperdiciadas entrambos bandos. Defendían un territorio gobernado por el terror frente a un invasor que luchaba por satisfacer la arrogancia de su líder. Generales y mandos movían a voluntad sobre tableros de batallas a peones, voluntarios y forzados, en ambos casos carne de cañón barata para saciar el hambre de la Madre Patria, o defender al ingenuo fanatismo ideológico a costa de precipitar a la ruina a su propio pueblo. Inocentes, enemigos y valientes terminaron enterrados en el mismo lugar, en este gigantesco cementerio sobre la que hoy se levanta la nueva Stalingrado. No me apetece quedarme al desfile y decido irme en la fecha prevista, el 1 de febrero en la mañana.

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