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SIBERIA

Baikal

Andrei me ayuda con la mochila hasta la plaza de la estación donde nos despedimos. Severobaikalsk es un minúsculo punto en el mapa de la enorme Rusia, una población de la República de Buriatia que cuenta con el privilegio de encontrarse al borde del Baikal.

Tengo suerte con la meteorología, desde la segunda jornada los días amanecen claros y soleados. Las temperaturas diurnas oscilan entre -25º y -30º, temperaturas ideales para comprobar si esta vez he acertado con el equipamiento de invierno. De entrada la sensación de frío es bien distinta que la experimentada en 2005 en Sliudianka. En aquel entonces estaba sin duda mal equipado con los medios de los que disponía, además la ignorancia del frío me pilló por sorpresa. No he venido aquí a pasar frío sino a sentirlo, a disfrutarlo, y con esta idea me preparo a ver un espectáculo natural de primer orden.

A la salida del bosque se dibuja sobre el horizonte el perfil irregular de unas montañas que superan los 2800 metros, y entre medias lo más parecido a un desierto blanco, una vista espectacular sobre la que se extiende el Baikal en todo su esplendor. Un talud natural separa el bosque del lago entre esponjosa nieve. Al principio la reacción es de duda, rara vez he caminado sobre aguas congeladas. Esta indecisión queda rápidamente vencida al ver a lo lejos diminutas figuras que también caminan por el hielo y hasta vehículos que circulan sobre él. A medida que me alejo de la irreconocible orilla, el hielo adquiere diferentes formas y estructuras, pasando del blanco luminoso de la nieve a un cristalino azul pálido, y cuando quiero darme cuenta estoy plantado en medio de un formidable paisaje, absolutamente increíble…

El abrigo, los guantes y las botas no sólo me aíslan del frío exterior, sino que además me dejo llevar por esta gélida atmósfera, un frío en mi rostro que más que intimidarme me da la vida que me falta… La traducción física de toda esta emoción concentrada, es el largo suspiro de una respiración contenida, pausada, una meditación absorbida a través de unos ojos que miran a un paisaje fascinante, capaz de refinar los sentidos más profundos, impregnados ahora en la piel, la vista y el aliento congelado en mi rostro que quedan al descubierto. Me basta con cerrar y volver abrir los ojos para retener deliciosos momentos de plenitud que ninguna fotografía ni texto es capaz de transmitir.

Prolongo dos días más mi estancia en Severobaikalsk, ventajas de la improvisación. El día antes de mi salida compro en la estación un billete hasta Tommot, la ciudad más cercana a Yakutsk desde la que se puede llegar en tren. En efecto, toda la infraestructura de la línea está terminada pero no operativa para el servicio de viajeros. Consciente de no tener nada programado ni reservado en Tommot, debo considerar las dos opciones posibles, esto es, pasar allí la noche, o buscar algún medio de transporte alternativo en bus o taxi compartido hasta Yakutsk. Lo importante es que tengo un billete de ida en dirección mi punto final de llegada.

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