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SIBERIA

Yakutsk

La meteorología se muestra dócil justo los días de mi estancia en Yakutsk, las temperaturas mínimas se mantienen en valores tolerables de entre -30º y -35º (los valores mínimos normales oscilan entre -40º y -45º). Desde la llegada a Rusia hace tres semanas, mi cuerpo se ha ido adaptando a una escala gradual de frío con un efecto más benigno que letal, y creo incluso aceptar el frío no como un evento excepcional sino como una costumbre ya cotidiana.

En Yakutsk, muchos edificios descansan sobre pilares sobreelevados con respecto al subsuelo permanentemente congelado, sólo las construcciones más antiguas de madera sucumben al irremediable efecto del permafrost. También las cañerías y el tendido eléctrico se amoldan a estas condiciones extremas integrándose en el paisaje urbano de la ciudad. Por sus calles heladas vehículos y personas transitan al ritmo impuesto por el duro invierno al que se ven sometidos, sometimiento al que sus habitantes hacen frente con ayuda de los numerosos cafés y centros comerciales sobrecalentados.

Hago amistad con un yakutio abogado de profesión. Me cuenta que su pueblo aunque educado por las autoridades rusas, muchos de ellos no terminan ninguna educación básica, evidencia visible en el comportamiento desordenado de algunos yakutios. Estos terminan trabajando en alguna mina de oro o diamante en un trabajo no cualificado, paradójicamente abogados y mineros mal pagados. La agradable personal de limpieza del alojamiento viene de Uzbekistán temporalmente aquí a trabajar, y para inicios de primavera regresa a Tashkent con el resto de su familia. Yakutsk es finalmente una especie de tierra prometida… y no sólo para el turismo de invierno.

No está en mis planes en este viaje llegar a Oymyakón, no por el frío, sino porque el tiempo disponible no me lo permite y los casi 1.000 kilómetros de carretera que la separan de Yakutsk son, en el mejor de los casos, dos días de viaje por la espectacular y remota P-504 “Kolima” que llega hasta Magadán. Lástima sin embargo que la fecha de regreso es una de las pocas cosas a la que me veo obligado a fijar.

Las temperaturas mínimas se alcanzan entre las 7 y las 9 de la mañana, justo en el momento en que sale el sol. En esta última mañana de 20 de Febrero y camino del aeropuerto, tengo la oportunidad por fin de conocer la sensación a 40º bajo cero. Toda la ciudad está envuelta en una bruma, es una especie de niebla densa formada por cristales de hielo, donde percibo el aire más pesado todavía que a -30º, tal vez por eso cuesta un poco más respirar con cada bocanada de aire. Es un efecto mínimo pero perceptible para mi cuerpo que no está acostumbrado a tan bajas temperaturas. Por lo demás la ropa de invierno funciona a la perfección.

Me despido de Rusia con la sensación de haber podido aprovechar mejor el tiempo disponible, en todo caso el viaje ha sido inolvidable en toda regla, una experiencia necesaria para seguir proyectando el futuro con la misma intensidad. Quién sabe si mi próximo destino invernal se encuentra ligado a Yakutsk, porque allí donde termina un sueño hay otro que empieza.

Gracias por leerme.

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