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TRANSIBERIANO II

Hacia el norte, Pekín - Harbin.

Previo control de equipaje con escáner, voy en busca de algún indicador donde ponga la salida de mi tren. El bochorno dentro de la estación es todavía más asfixiante que en la calle, todo mi cuerpo transmite calor, y tengo algunas zonas empapadas en sudor. Un breve paseo por la estación me permiten ver enormes salas de espera atestadas de viajeros, hay muchísimas centenares de personas, tal vez miles. Al cabo de unos minutos me percato de que a cada sala le corresponde una serie de trenes, pronto identifico el mío, y quedo sentado sobre mi mochila en un lugar poco transitado. Cerca de mi, otros viajeros esperan su tren, algunos vociferan en alto sus comentarios, y otros permanecen quietos con la mirada perdida en algún punto de su imaginación.

No parece haber muchos viajeros con destino Harbin, aunque lentamente todo el tren empieza a llenarse. Mi compartimento está formado por cuatro literas, incluye hasta una pantalla de televisión para cada cama. En general todo el coche es limpio y acogedor, menos el baño. La revisora es una chica joven y muy seria, tal vez insatisfecha con su trabajo y seguramente harta de aguantar las exigencias de los viajeros. Pronto el resto de las otras literas de mi compartimento quedan ocupadas por un grupo de hombres. Uno de ellos tiene un aspecto rudo y tosco que se aplica en su tarea de ordenar el equipaje de sus compañeros. Posteriormente y sin previo aviso empieza a fumar en su cama... no me atrevo a decirle nada, me pregunto si será algo natural o un hecho puntual. Al cabo de unos minutos los hombres salen del compartimento, el del cigarrillo ha dejado la pequeña estancia un tanto empantanada de humo y olor a tabaco... Casi al instante, iniciamos el viaje hacia el norte.

El tren inicia el suave traqueteo entre vías y desvíos que se intensifica a la salida de la ciudad con un ritmo más vivo. Los altos edificios de la periferia quedan sutilmente iluminados en puntos aleatorios, y mientras la ciudad empieza a dormir, mis sueños inician su despertar bajo este inmenso decorado urbano que parece no tener fin. Mis ojos permanecen aferrados a la ventana, en busca de los últimos reductos de vida urbana que se alejan lentamente, intento vislumbrar todos los detalles de un acontecimiento que se me antoja único. Las luces repartidas aquí y halla pronto dejan paso a las sombras etéreas de la noche sin luna llena. En mi memoria se almacenan las imágenes de los obreros que vi hace poco camino de la estación. Tal vez muchos de ellos quisieran coger algún tren con destino un futuro más certero que el que les ha tocado vivir.

El sueño ha sido profundo y sin interrupciones, en mi compartimento no queda nadie cuando el sol ya despunta por el horizonte y apenas son las 5:00 de la mañana. Esta luz natural me confunde a estas horas tan tempranas. El tren corre en medio de cultivos y huertos, un paisaje coloreado de verde y ocre en un entorno rural y aislado que precede la llegada a las grandes aglomeraciones urbanas. De vez en cuando se ven poblaciones dispersas formadas por pequeñas construcciones de madera sobre la que resaltan enormes parabólicas de televisión. Y esta visión aumenta proporcionalmente a medida que el tren se acerca más a destino, para dejar paso a los altos edificios de viviendas que anuncian la llegada a Harbin, la gran urbe de Manchuria.

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