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TRANSIBERIANO II

Khabarovsk, perla del Extremo Oriente ruso.

La mañana es fresca pero despejada, llegar a primera hora ofrece la ventaja de tener todo el día por delante, además de que puedo buscar un lugar donde dormir sin la tensión que pueda ocasionar tener el tiempo en contra, llegar de noche a una ciudad desconocida no es buena idea. Armand y yo nos dirigimos juntos a la salida de la estación. Me ayuda a buscar alojamiento con llamadas telefónicas a los distintos hoteles que aparecen en mi guía.

Al pie de las escaleras principales de la estación, aparece un chico suizo que se presenta como Yves, viajero independiente que está realizando el Transiberiano en sentido este. Al ver mi guía en francés se percata de mis intenciones de buscar alojamiento. Me propone intentar dormir en el hospedaje de la propia estación, las komnaty otdykha. Armand ha de tomar un vuelo hasta Yakutsk, por lo que debe irse no sin antes agradecerle su ayuda. Por un momento me invade la desconfianza con alguien que acaba de cruzarse en mi viaje de la manera mas fortuita que uno pueda imaginar. No conozco de nada al suizo y sin embargo parece decidido a ayudarme, si bien es verdad que la solidaridad entre viajeros independientes suele ser más fácil de establecerse. Tras las primeras dudas, me dejo llevar por sus consejos de dormir en las habitaciones de la estación. Ahora puedo saber que su manejo del ruso es sobresaliente, ha estado varios meses estudiando ruso en San Petersburgo y para finalizar su paso por Rusia, ha decidido viajar a Japón en tren, donde esta misma tarde viaja a Vladivostok después de haber llegado ayer noche a Khabarovsk.

Una vez que la recepcionista me ha atendido con cara de taquillera reprimida, y después de dejar mis cosas en la habitación, quedo junto a Yves en visitar la ciudad. Khabarovsk está asentada sobre varias colinas que se dejan caer suavemente hasta el gran río Amur que la abraza por el oeste. La llaman la "San Francisco de Oriente" por sus ondulantes y largas calles, en los que suben y bajan tranvías de otra época. Las pocas iglesias que han sobrevivido a la era soviética deslumbran ahora con sus cúpulas azules y doradas, un esplendor que se ve acrecentado bajo un impecable día otoñal. El omnipresente monumento a la Gran Guerra Patriótica impresiona por su vastedad, con miles de nombres escritos en decenas de enormes losas de mármol. Visitamos el museo regional, con su exposición de historia natural, entre los cuales se encuentra un ejemplar disecado del tigre siberiano ahora en extinción. Completan el museo varias indumentarias, objetos y utensilios de los nativos de la zona, y un magnífico diorama a escala real de una de las batallas de la guerra civil rusa. Se dice que uno todavía más espectacular se encuentra situado en el museo militar de Volgogrado, donde tuvo lugar la épica batalla de Stalingrado. De regreso a la estación, veo que Yves tiene apariencia de trotamundos, lo noto en su forma de desenvolverse con la gente a la que preguntamos, en los lugares en los que entramos… sin duda un espíritu viajero aderezado con cierta dosis de picaresca. Le acompaño hasta el andén, ha sido toda una suerte conocerle y compartir el día de hoy con él.

Ya en solitario, visito una playa a orillas del Amur, donde personas que caminan en manga corta y pasean en bicicletas intentan dar vida a un amplio paseo que corre junto a la ribera del río. Al otro lado, hay vistas a una naturaleza casi virgen e intocable de la orilla occidental del Amur, se tiene la impresión de que nadie ha osado cruzar al otro lado del río, edificando únicamente sobre la ribera oriental. La amplitud de visión es tan extensa que ni siquiera logro definir la línea del horizonte.

Khabarovsk destaca también por tener un sinfín de espacios verdes, parques y jardines. En uno de ellos, un grupo de adolescentes realizan ejercicios de gimnasia junto a un profesor. El turismo exterior no es muy común, me identifican de inmediato como extranjero y me ofrecen hacer una foto a una de las chicas que realiza uno de sus ejercicios de estiramientos. Todos saludan en el momento de hacer la instantánea, incluida ella en su pose de plastilina. El momento es divertido. En la gran plaza Lenin, donde se ve una gran fuente pero ninguna estatua de Lenin, y cuya armonía del lugar queda alterado por un gran edificio administrativo al más puro estilo soviético, un gran número de parejas recién casadas vienen aquí hacerse las fotos oficiales. Muchas de ellas vienen en limusinas alquiladas para la ocasión, donde un nutrido grupo de seguidores formados por familiares y amigos, siguen al cortejo, y otra numerosa bandada, esta vez de palomas, revolotea a su alrededor en busca de unas migajas. Al parecer son muchas las parejas que rompen su relación, el alcohol y la infidelidad tienen la culpa de ello, o eso dicen rusos y rusas respectivamente. En otra zona verde no lejos de la plaza Lenin, está el mercadillo permanente con cientos de puestos de alimentación y ropa. Al lado queda el mercado central, donde compro caviar rojo a un precio local. También aquí me dejo aconsejar por el dependiente de un puesto de comida que me ofrece un típico plato de la zona a base de arroz y carne. Noto que me atienden si acaso con más atención de lo que pensaba. No entender casi nada tiene sus ventajas e inconvenientes.

Cae la noche sobre la ciudad. La recepcionista de la komnaty, que con una cara tan amarga me había recibido el primer día, ahora recobra toda su simpatía con las respuestas a algunas de mis preguntas. Descubro que el carácter ruso es imprevisible, hago un ejercicio de meditación y comprensión en esta tierra lejana que pocos ubican en los mapas, y menos todavía los que la conocen. La ciudad me inspira una confianza desconocida, no sé de donde viene esta atracción que me retiene en sus pensamientos, y que me hace sentir realmente bien aquí. Esa misma noche ceno auténtico caviar rojo desde la ventana de mi komnaty otdykha viendo pasar el incesante tráfico ferroviario desde tan privilegiada posición... No puedo ni debo pedir más a mi visita a Khabarovsk, mi perla particular del Extremo Oriente ruso. Mañana prosigo viaje a Ulan-Ude, dos días de trayecto con sus dos noches, mi vuelta a Siberia con todos los recuerdos por reescribir.

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