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TRANSIBERIANO II

Siberia Central, Ulan-Ude - Irkutsk.

Ulan-Ude me despide bajo un cielo encapotado gris y frío. A esta hora de la mañana, la estación registra un importante número de circulaciones que puedo ver al otro lado de los andenes, en un ir y venir constante de largas composiciones de mercancías. Al igual que muchas estaciones rusas, también aquí se exhibe al final del andén principal una máquina de vapor de la época. Son muchas las ciudades y poblaciones que prosperaron con la llegada de la línea del Transiberiano, y Ulan-Ude no quedó al margen de este progreso, que hoy queda recompensado con un importante centro de fabricación y mantenimiento de material ferroviario.

El recorrido hasta Irkutsk es un camino ya conocido, a pesar de lo cual, los primeros kilómetros son diferentes a los que hasta entonces conocía. Encuentro la explicación en la ausencia total de hielo y nieve al que asocio este lugar. El paisaje es totalmente diferente, y el espectacular río Selenga congelado de entonces, ha dejado paso a las aguas fluidas y mansas que otorga el otoño siberiano. Ahora no estoy tan pendiente de lo que veo tras la ventanilla del tren, y aunque mis ojos siguen perdidos en sus paisajes, mi cabeza ya piensa en la llegada a Irkutsk para volver a ver a Maryna cuatro años después. La intensidad del viaje sigue siendo la misma, pero se ha trasladado del propio trayecto al reencuentro de una persona. En mi compartimento viaja un hombre que permanece dormido, y el contiguo al mío está vacío. Decido trasladarme a él para no alterar su descanso y tener libertad de movimientos sin restricciones.

El cruce del río Selenga por medio del magnífico puente ferroviario que lo cruza, me señala que falta menos para volver a ver el espectacular paso por el lago Baikal que tan impactante me quedó en aquella primera visita. Lentamente las nubes van dejando paso a claros cada vez más entreabiertos, donde llega a reinar un ambiente cálido y agradable dentro del compartimento. Y poco después de la estación de Mysovaya, vuelvo a ver las aguas puras y claras del Baikal. Sigue siendo tan espectacular como entonces, me maravilla verlo de nuevo y dirigir mi cauce junto a él en este nuevo reencuentro. En sus orillas, numerosos pescadores pasan su tiempo frente a sus aguas, y mis ojos siguen también las montañas del horizonte que lentamente se hacen más nítidas a medida que se acercan a nuestra orilla para juntarse en Slyudyanka. A partir de aquí el tren asciende varias decenas de metros pegado a la ladera de la montaña, contorneando en forma de "u" sus flancos hasta llegar a una altitud tal, que puede verse en todo su esplendor y a vista de pájaro la población de Slyudyanka bañada por las infinitas aguas del lago. El cielo queda casi despejado, el panorama del Baikal desde esta perspectiva es sencillamente espectacular.

Tan sólo unas pocas horas me separan de Irkutsk. Tengo en el cuerpo la intranquilidad de un reencuentro sin definir, siento impaciencia por verla, y mi deseo es ahora que el tren llegue pronto a destino. Kilómetro a kilómetro, el tren avanza entre frondosos bosques que parecen no tener fin, y pequeños apeaderos donde no veo alma por ninguna parte. Este paisaje perdido de paz y soledad deja de serlo cuando veo en el horizonte las primeras fábricas que asoman por entre las colinas. El tren aminora lentamente su velocidad, y por la derecha veo las aguas del Angara que cruza la ciudad. He llegado de nuevo a Irkutsk.

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