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TRANSIBERIANO

EL VIAJE & FOTOS
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CRUZANDO EUROPA
CAMINO DE SIBERIA
BAIKAL
A TRAVES DE LA ESTEPA
DESTINO PEKIN
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Novosibirsk, capital de Nueva Siberia.

A mi llegada me espera un taxista a mi nombre, que me trasladará a la casa de la familia rusa donde he decidido alojarme. Resulta desconcertante a primera vista tener que fiarme de un chofer que me lleva y se aleja del centro de la ciudad sin saber donde estoy, alejado por completo de los míos y de todo lo que conozco. Me llama la atención circular por el carril de la derecha, y ver que muchos coches tienen el volante... a la derecha. Recorremos el asfalto cubierto de hielo, dando ligeros deslizamientos cuyo conductor maneja con destreza en el caos circulatorio de la ciudad. Intento darle charla con mi ruso de cuatro letras, al parecer la fórmula tiene éxito y logro establecer cierta candencia en el ritmo de mis palabras que le animan a darme una conversación básica.

En un momento dado giramos hacia unos bloques de edificios de la época estalinista. Apenas unas pocas farolas iluminan lo que parece un pequeño parque. El taxista se apea de su vehículo, me dice que me quede en el coche. Con estudiado disimulo le miro por los retrovisores mientras realiza una llamada telefónica con su móvil. Por un momento mi personalidad se vuelve escéptica, no quiero ser caótico, pero me resulta inevitable pensar en estos momentos en todo lo bueno, y también lo malo, tener previsto los imprevistos es una regla de oro que siempre se debe tener en cuenta. Tal vez es que he visto muchas películas y me creo todos los hechos reales de la sobremesa.

A través de la ventanilla me indica que baje del coche y al cabo de un instante, aparece por uno de los portales mi anfitriona. Se llama Anna. Su cabello pelirrojo contrasta con el espectacular azul turquesa de sus ojos, enmarcado en un rostro de piel blanca y ligeramente redondeado… es increíblemente guapa. En una reacción espontánea y natural me acerco para saludarla con dos besos en la mejilla, tengo alegría en el cuerpo por encontrarme con alguien que me espera y me entiende al menos en inglés… Me salto el protocolo ruso en un inoportuno despiste. Aparta las mejillas inmediatamente y queda consternada por mi reacción. Me invita a subir sin esperarme, la cosa no empieza bien. Queda claro que tres días sin hablar con nadie tiene sus consecuencias involuntarias. Soy el primer español que ella conoce, más tarde logra entender mi confusión al explicarle la costumbre de los saludos en España y el porqué de mi reacción. Estudia turismo y representa a una familia de clase media rusa que vive con sus padres. De padre conductor y madre dependienta, acepta el alojamiento de viajeros que le envía la agencia de forma puntual, realizando por tanto esta actividad no solo por motivos económicos, sino también en provecho de un intercambio cultural cuya primera beneficiada es la propia Anna. Esta noche duermo en el sofá cama del salón, tal vez algo mas incómodo que una cama normal, pero sin duda me siento mucho mejor que en un hotel y a un precio bastante mas económico. A pesar de que somos perfectos desconocidos, tengo una firme sensación de seguridad y confianza por mi elección de dormir en casa de una familia rusa. Todos los miedos iniciales han quedado desterrados.

Novosibirsk, capital de Siberia nacida del Transiberiano, se presenta como una ciudad cosmopolita en medio de un invierno que dura 6 meses. Con Anna visito la ciudad bajo una increíble cantidad de nieve como nunca he visto. En algunas partes todavía no han limpiado las aceras, la nieve batida y suelta me recuerda estar pisando arena de playa. Después de comprar mi billete de tren para Irkutsk en un par de días, caminamos por la arteria principal de la ciudad, Krasny Prospekt, y paseamos por jardines y parques cubierto de inmaculado blanco. La estatua de Lenin custodia la entrada al tosco pero elegante edificio que alberga la ópera y el teatro más grande de toda Rusia. En el extremo sur del centro se halla el majestuoso río Ob parcialmente congelado, aunque al parecer bastante contaminado por el vertido incontrolado de la importante industria aquí instalada. Junto a una de sus orillas, se conserva para el recuerdo parte de la magnífica estructura metálica del antiguo puente ferroviario. El mercadillo de la ciudad, al otro lado del río, está copado por numerosos puestos que venden ropa y utensilios varios, al tiempo que los centros comerciales empiezan a ganar terreno entre grandes edificios colindantes al mercado. Anna me acompaña hasta la parada de bus para ir a Seyatel. Tras pasar varias horas con ella, no aparenta el tópico ruso que hasta la fecha tenía en la cabeza. Es sencilla y nada presumida, su trato es cordial y amable, y casi siempre exhibe una sonrisa natural que la rinde todavía más atractiva a mis ojos.

En Seyatel, visito el Museo ferroviario de Siberia, situado a 30 km en dirección sur. Todo el contorno está rodeado de bosque, en un entorno natural monótono a la vez que espectacular. Muy cerca queda Akademgorodok, conocida como “la Ciudad de los Sabios”, donde decenas de institutos científicos siguen trabajando para la ciencia, aunque muchos de sus científicos han emigrado en busca de algo más que el deber de satisfacer a su patria rusa. Regreso en un elektrichka con asientos de madera en un silencio casi total, y las pocas voces que se escuchan son tímidas y discretas. Al llegar de nuevo a la ciudad, es ya de noche, y los antiguos trolebuses que se mezclan con la luz nocturna y el blanco de la nieve me cautivan, hermosa y blanca como una figura desnuda que brilla con luz propia. Aprovecho el momento de una inspiración efímera para realizar instantáneas nocturnas de mi paso por la capital. Yan, del albergue de Moscú tenía razón, convencido de que Novosibirsk me iba a gustar.

Al cabo de unos pocos días, llega el momento de seguir viaje. Prefiero ir con tiempo y aprovechar para ver más detenidamente la monumental estación ferroviaria de Novosibirsk. Esta tarde, la temperatura exterior roza los 10 grados bajo cero, que sin ser extrema es una temperatura soportable. Me presenta a su sobrino de tres años de edad, listo para salir él también a la calle en compañía de su padre. Aparece enfundado bajo un mono de plumón rojo, donde solo se le ve la inocencia de su rostro junto a sus ojos claros que parecen el brillo de dos esbeltas canicas de cristal. Me despido de Anna y sus padres. Imaginaba tal vez una foto para la posteridad, o un recuerdo particular, pero lo que para mi ha sido un alojamiento excepcional, para ellos es una rutina variada que cambia sólo con la nacionalidad de sus invitados que el milagro de internet me ha puesto al alcance de la mano.

A mi tren con destino Irkutsk, le sigue con apenas un intervalo de 20 minutos el tren número 20 “Vostok” con destino Pekín vía Manchuria, más conocido en Occidente como la línea del Transmanchuriano. Este hecho explica la gran cantidad de rasgos asiáticos que se dan cita en las salas de espera de la estación, que cargan enormes bultos en resistentes sacos de nylon y grandes bolsos de viaje. Escucho hablar en otros idiomas y dialectos, es un pequeño mundo a escala, un concentrado cultural reunidos expresamente en un mismo lugar, tal vez, una singular y apropiada definición a la línea del Transiberiano. Por fortuna, los vigilantes y la milicia no se dedican a extorsionar a los viajeros, o al menos no a mi, sino a echar de la sala a los pocos que se acercan sin equipaje y con otras intenciones, culpables de sobrevivir a las complicaciones y diferencias del mundo exterior. A pesar de ser medianoche hora local estoy muy tranquilo, la sensación de verme rodeado de otras culturas y pueblos me relaja, me encuentro muy cómodo entre ellos. El contraste anímico y el estado de inquietud con el que salí de Moscú hace unos días se hace evidente. Definitivamente, Novosibirsk tiene otro carácter bien distinto que el de la Rusia occidental.

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