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TRANSIBERIANO

Irkutsk, cruce de caminos.

Irkutsk, situada en mitad de la ruta transiberiana, es también punto de encuentro de numerosos viajeros que se dirigen a Moscú, Pekín o Vladivostok. Como decía un cartel publicitario de la época, quien no conoce Irkutsk, no conoce Siberia. La guapa responsable del albergue viene a recogerme a la estación, me paga también el tranvía. El portal del inmueble donde está el albergue parece sacado de “La matanza de Texas”, es una puerta totalmente metálica recubierta de una pintura roja medio desconchada. Que no me cunda el pánico, muchos de los portales presentan este aspecto poco agraciado. Una vez instalado, me dispongo a recorrer la ciudad.

Los primeros pasos son algo más difíciles que en Novosibirsk, el frío es aquí más riguroso y persistente, hay menos nieve pero más hielo, y aunque en general las calles están limpias, es inevitable su presencia en algunas zonas. En algunas aceras el hielo acumulado muestra hasta un palmo de espesor. Algunas cañerías exteriores están totalmente congeladas, asomando en uno de sus extremos un sólido bloque de hielo que se extiende sobre el suelo en forma de abanico. Otras partes de la calle tienen restringido el acceso por el peligro de los enormes carámbanos que cuelgan de los tejados de algunos edificios. Peligrosas formaciones puntiagudas heladas que alcanzan los dos metros de altura, y que los equipos de mantenimiento de la ciudad se encargan de quitar a golpe de pico.

Desde el primer momento, no percibo estar en una ciudad que cuenta 600.000 habitantes. El centro de la ciudad está formado por casitas de madera siguiendo la arquitectura tradicional de la zona. Junto a ellas, se ve algún que otro edificio de unos pocos pisos de altura y los siempre imponentes edificios administrativos. El bonito Mercado Central y el centro comercial son el punto más animado. Es aquí donde noto la mezcla de pueblos y culturas de sus gentes, fruto de los descendientes de los exiliados de la Rusia Occidental, de las cercanas Repúblicas Autónomas, pero también de las relativamente lejanas China y Mongolia. Primera consecuencia que salta a la vista en este cruce de caminos entre oriente y occidente; La extraordinaria belleza de las mujeres no me pasa desapercibido en mitad de Siberia, como tampoco lo es otra de las maravillas naturales de Rusia, el lago Baikal, distante 65 km de Irkutsk.

Al día siguiente salgo de la ciudad con un tímido sol hacia el Baikal, que pronto deja paso a una intensa y fuerte nevada, apenas se ve nada a cinco metros de distancia, aunque el autobús no da señal alguna de disminuir en ningún momento su velocidad. El final del trayecto en Listvianka es aparentemente más tranquilo, pero al bajar del bus, puedo sentir como a la baja temperatura, se le ha unido un viento glacial que azotan mi rostro sin piedad, por mas que quiero tapar mi cara con ayuda del cubre cuello, el frío es realmente muy intenso y la sensación térmica muy baja -¡este frío es horrible!- No hay duda, no he escogido ni el día ni la mejor temporada para venir aquí. Al acercarme al muelle de carga colindante, veo sin embargo a los artesanos que venden sus recuerdos a los pocos turistas que deciden venir hasta aquí. No lejos puedo distinguir incluso a pescadores que permanecen serenos ante sus cañas, y a gente montada en bici por la carretera que bordea el lago y que pasean impasibles al clima extremo de esta región.

El espectacular panorama que debería divisar desde aquí, queda enturbiado por el mal tiempo y un velo de nieve que se extiende por el horizonte impidiendo ver el paisaje en toda su magnitud. En esta época del año, las grandes piedras y barandillas de la orilla están congeladas, como por capas superpuestas formando una gruesa película de hielo, que terminan formando espectaculares carámbanos que dan idea del frío que reina desde hace varias semanas. Cuesta creer que llegado enero y febrero, toda esta inmensa reserva de agua dulce se congela por completo, y que todo un ecosistema sobrevive en el lago más profundo y puro del planeta. Tengo dificultades para hacer las fotos incluso con los gruesos guantes de lana que he comprado en Novosibirsk… al cabo de un tiempo casi no puedo sentir las manos. Intento caminar hasta el museo ecológico del Baikal, pero me resulta imposible continuar. Jamás he pasado tanto frío... En el momento más oportuno, conozco a Ben, de Innsbruck, ha venido junto a un pequeño grupo de austriacos y franceses. Estudian en Moscú pero pasan en Irkutsk una semana de vacaciones. Están en las mismas condiciones que yo, con ganas de huir de este frío que nos cala hasta los huesos, y regresar a nuestros respectivos albergues. Es hora de volver a la ciudad, toca preparar mi viaje para mañana a Vladivostok, tres días con sus tres noches a bordo del "Rossia" con destino final la mítica línea del Transiberiano.

Podría haber ido a cualquier otro supermercado de la ciudad, pero el azar quiso que fuera a comprar mis provisiones para el viaje a uno en particular. Compro sopas, puré de patatas, frutas y té. No encuentro el azúcar por ningún sitio, no al menos en paquetes pequeños. Veo a una chica que repasa una lista junto a la estantería de bebidas alcohólicas, su cabello parece una clonación de Barbie en su versión rusificada. Con ayuda de mi escaso vocabulario de ruso y el diccionario intento saber si me puede ayudar con el azúcar. Después de preguntar a una de sus compañeras, no duda en romper un paquete de un kilo para colocar en una bolsita la cantidad que yo quiera. Sorprendido por el detalle, me fijo un poco más en ella. -¡Dios mío es preciosa!- exclamo para mis adentros. Tiene unos prominentes ojos oscuros y el cabello largo y rizado color rubio platino, y un rostro que la naturaleza ha esculpido con tanta belleza como el de una muñeca de porcelana. Parece que empieza a darme conversación, la sigo el juego con algunas de las típicas preguntas. De pronto surge de su boca la pregunta clave -¿estudias o trabajas?- mi corazón se acelera por momentos, esto ya no es una conversación tan normal, no al menos con la gente rusa que he tratado en tan cortos espacios de tiempo. Se llama Maryna y realiza unas prácticas de marketing en este supermercado. La conversación fluye a un ritmo vertiginoso con tendencia a ser más personal -¿me está ligando o la estoy ligando?- No lo sé. Casi sin pensarlo dos veces la doy jaque -¿quieres quedar mañana?- Ella me da el jaque mate -sí-.

En cuestión de segundos tengo que decidir si de verdad quiero quedar con ella mañana o seguir viaje a Vladivostok según itinerario previsto. Hago cuentas casi sin pensar en las fechas que tengo en mi visado, de los días que faltan, de los que quedan... -¿Qué acabo de hacer?, ¿a qué obedecer?, ¿Vladivostok o Maryna?- En mi fuero interior sucede lo inesperado, mi gran punto de llegada que tanto he soñado queda en duda, a sabiendas y a riesgo de que el Transiberiano pueda llamar tan sólo una vez en la vida a mi puerta. Tengo que escoger, A o B.

De pronto improviso mi viaje, cambio todos mis planes de llegar a Vladivostok aunque no cancelo el billete que había comprado en la estación de Irkutsk. La única manera de salir de Rusia sin pasarme de la fecha establecida en mi visado, y llegar a Pekín a tiempo para coger mi vuelo de regreso a Europa es vía Mongolia. No me arrepiento en absoluto de lo inesperado de mi decisión. Es también una situación emocionante saber que voy a cruzar un país del cual no he leído nada, me tiro de cabeza a la aventura desconocida, pero tampoco acierto a definir hasta qué punto puede ser determinante este cambio de última hora. En el albergue, conozco a buen número de viajeros que van por libre, improvisan en ruta sus movimientos y se dejan llevar por los hechos y las circunstancias cotidianas. Me aconsejan la compra del billete de tren a Ulan-Bator en la agencia de uno de los hoteles, y obtengo el visado mongol de tránsito sin contratiempos de un día para otro ante la eficacia y cordialidad de la funcionaria mongola. Contrariamente a Moscú, aquí la suerte me ofrece un guiño de plena confianza y todas las gestiones salen bien.

El primer día de diciembre viene acompañado de un descenso brusco de las temperaturas, que en adelante se mantienen en valores superiores a 24 grados negativos, llegando a 28 grados bajo cero a plena luz del día. El día de mi llegada, el magnífico río Angara tenía congeladas tan solo sus orillas, ahora, todo el río está en proceso de congelación, levantando un denso vapor de agua que apenas deja entrever la otra orilla. Me paro ante la escena de ver a gentes de todas las edades que practican el footing, y donde el sudor queda congelado y pegado a su piel, cubriéndolos una fina capa de hielo a la altura de cejas, nariz y boca. Las madres sacan a pasear a sus pequeños y los niños juegan en los parques. Es la vida cotidiana de los rostros curtidos por el frío siberiano. La magnífica estampa invernal con que me despido de Irkutsk a orillas del Angara es impresionante, y junto a Maryna conozco todos los rincones de la ciudad, se convierte en guía inesperada de plazas y edificios, museos y monumentos, pero también de sus costumbres, de las mías… de las universales.

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