Pekín, llegada y salida.
He llegado a Pekín… aunque todavía me cuesta creerlo. Al tiempo que me hago la idea de que este es el final de viaje, todos los que acabamos de bajar del tren caminamos hacia la salida formando un embudo. Despedida de Steward y las amigas holandesas entre una multitud que abarrota los aledaños de la estación central. El tiempo no da para mas, mañana a primera hora tengo el vuelo a París. No me cabe duda, los cálculos de los días restantes no podrían haber sido mas ajustados. Tengo la reserva del alojamiento no muy lejos del centro, puedo coger el metro, pero opto por ir caminando por las grandes avenidas. Como en cualquier otra ciudad grande, las calles están atestadas de coches y personas, y numerosos hoteles de lujo se instalan en una de las avenidas principales de la capital. La distancia es más larga de lo que pensaba sobre el plano, dejo sentir el peso de la mochila sobre mi espalda.
El alojamiento, mas que un albergue se asemeja a un hotel, tanto por sus servicios como por su extrema limpieza. El problema de estas grandes e impecables instalaciones para los viajeros independientes, es que las relaciones sociales no son tan fáciles, aunque ganas en comodidad y confort. Tiene dos restaurantes, uno occidental y otro chino; evidentemente opto por probar la comida tradicional china, que resulta ser extraordinariamente picante a base de innumerables especias.
Las pocas horas que paso en Pekín revelan un capitalismo puro en un estado que dice ser comunista. En el camino hacia el centro coincido con lo más parecido a la calle Preciados de Madrid pero multiplicado por cinco. Las luces de neón y las grandes tiendas de las firmas internacionales ocupan los laterales de sus codiciadas aceras, en tanto que en sus callejuelas encuentro mercadillos ambulantes que venden todo tipo de dudosos manjares comestibles. Llego al centro de la capital. A un lado la Ciudad Prohibida con un retrato de Mao Zedong, al otro la Plaza de Tiananmen. El primer pensamiento que recorre mi mente al ver la plaza, son los tanques y el ejército aplastando la rebelión estudiantil en la primavera del 89. Segunda impresión, es inmensa, enorme, impactante. Numerosos guardias desfilan con su paso monótono y disciplinado entre una población testigo de la nueva China que hoy levanta una economía asiática emergente, aunque su política social no va pareja con los nuevos tiempos ni con los valores fundamentales del ser humano.