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LT CORTESIA

Sri Lanka, Colombo.

Desde el mediodía de hoy al fin veo la costa de Sri Lanka, y en el horizonte percibo los edificios más altos de Colombo asomando por primera vez. La llegada a puerto es sin embargo exasperantemente lenta, incluso los oficiales se quejan de esta lentitud a primera vista innecesaria. Cinco horas tarda el Cortesia en llegar a puerto (una hora en condiciones normales), hasta que por fin al filo de las siete de la tarde, el barco queda atracado en Colombo, mi puerto de destino. Esperaba este momento con bastante ansiedad, especialmente en estos últimos compases del viaje, y sin embargo el desembarco no es tan fácil como parece. No estoy en Europa, y eso lo cambia todo. Por dos veces el capitán me llama para reunirme con él y dos agentes de inmigración de Sri Lanka... Hay algo que no va bien.

Uno de los agentes de inmigración, explica al capitán que el pasajero a bordo debe pagar una tasa de 130 dólares por desembarcar en Colombo, una fortuna si se considera el nivel de vida del país. El capitán se reúne conmigo esta vez en privado y me cuenta cómo funcionan las autoridades estatales en países como Sri Lanka, donde cada uno quiere su parte, y yo como extranjero occidental no escapo a la regla. Nadie sabe quién debe pagar la tasa, el capitán mueve hilos con llamadas telefónicas a Europa. Tengo suerte, es la naviera la que corre con los gastos, y la que además pone a mi disposición un vehículo que me trasladará directo al hotel.

Apenas tengo tiempo de pensar en la despedida, un rápido y sincero apretón de manos con algunos miembros de la tripulación y el capitán, todo es muy rápido, no hay tiempo apenas para la reflexión. Subo a la furgoneta junto al agente de la naviera y los otros dos tipos de la oficina de inmigración, en lo que parece el comienzo de un interminable trámite burocrático antes de mi entrada oficial en Sri Lanka. Hay una luz etérea que parece querer extinguirse sobre un camino semiasfaltado, bacheado y encharcado de agua. Hay decenas de camiones atascados y todavía no he salido del recinto acotado del puerto de Colombo cuando son casi las 9 de la noche.

No tardo en darme cuenta de que ellos son sencillos trabajadores al servicio del "sistema", sienten curiosidad por mi trabajo, de saber cómo es el lugar de donde vengo. No son preguntas realizadas con la intención de un interrogatorio, noto evidencias de curiosidad en su tono, en la expresión de sus rostros y sus gestos, en sus palabras... El trámite se reduce a una pequeña espera en la oficina de inmigración y al sello de entrada en mi pasaporte. No hay control ni de equipaje, ni personal.

Llueve y hace un calor bochornoso sobre Colombo, la desorientación es total. Cuando llego al hotel, una sensación extraña se adueña de mi en la que es la primera noche de silencio absoluto después de (sólo) 18 días en alta mar.

La ciudad de Colombo se asienta a lo largo de la costa del océano Indico, sin embargo sus calles no huelen a mar ni a bosque tropical. Cuando camino por sus aceras huele a tubo de escape que dejan salir los centenares de tuk-tuk y autobuses, pero hay un elemento que sobresale de entre todos los que percibo, el ruido… Pitan constantemente y a todas horas, después de cierto tiempo llega a ser incluso molesto. De entrada el nombre de Colombo sonaba exótico, lejano, sin muchos recursos pero habitable y tranquilo. Esta idea bucólica e ingenua queda rápidamente descartada después de caminar las primeras horas del día. Me sorprendo cuando veo que construyen nuevos y modernos edificios, y muchas de sus calles están mal asfaltadas y empantanadas en grandes charcos de agua de la lluvia caída la noche anterior.

Es mi primera visita al subcontinente indio, y hay algo que no me cuadra, o al menos, hay algo que lo hace muy diferente de cualquier otro lugar en el que he estado. Sólo ahora soy capaz de entender el “schoc cultural” del que tanto he oído hablar. Cuando inicio conversación ante una duda, despierto la curiosidad de aquel anciano o la del revisor de billetes en la estación de trenes, en una actitud similar al del agente de la naviera o los de inmigración de anoche. Es sorprendentemente fácil entrar en comunicación con alguien, todo fluye sin quererlo... Existen otros tipos de personas que se identifican con cierta facilidad, aquellos que dejan escapar valiosas palabras al viento en el intento de sacarme algunas rupias.

El hotel es un trozo de paraíso en la selva urbana de la capital. Incluso la cabina del Cortesia con su ruido permanente de sala de máquinas era más tranquila que cualquier calle de Colombo.

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