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TRANSIBERIANO

EL VIAJE & FOTOS
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CRUZANDO EUROPA
CAMINO DE SIBERIA
BAIKAL
A TRAVES DE LA ESTEPA
DESTINO PEKIN
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Moscú, opulencia y burocracia.

Primera impresión, siento un nerviosismo inhabitual, todo me es desconocido y extraño, como quien llega por primera vez a una ciudad y se siente perdido, sólo que ahora, esa persona soy yo y apenas puedo creérmelo todavía. Después de situarme y cambiar dinero en un puesto cercano, camino en busca de la boca de metro más próxima. La cantidad de gente que entra y sale del metro en esta estación de Belorusskaya es impresionante. Se nota que he llegado en hora punta. Me dejo llevar por su arquitectura hasta las profundidades de su metro, parece que todo está sobredimensionado con respecto a cualquier otra ciudad que he conocido, y el metro de Moscú es su carta de presentación para todo el que llega a la ciudad. Para bien o para mal, la Rusia de ahora no es la de hace 20 años, uno de los viajeros lee un libro acerca de la catástrofe de Chernobyl, o así lo indica en su portada. Me alegra saber que mis lecciones de ruso han servido para algo. La ciudad me parece gris, con sus grandes avenidas y sus numerosos pasos subterráneos, y en la superficie, excavadoras y camiones retiran la nieve de las calles, en tanto veo pasar un sinfín de vehículos de alta gama con cristales tintados. La mafia está por todas partes. En mi andadura, veo una mujer rusa más elegante que la otra que camina sobre tacones imposibles en un suelo recién limpiado de nieve y hielo. Al otro lado de esta sociedad, las babuchkas piden limosna forradas en sus abrigos de invierno, esperando la generosidad arbitraria de los nuestros.

El hostel se encuentra situado cerca de cuatro grandes chimeneas pintadas de rojo y blanco, y con vistas a la playa de vías de las estaciones de Yaroslavskaya y Leningradskaya. Al llegar al albergue, el personal advierte algo extraño… no tengo una tarjeta de migración que deberían haberme entregado en la frontera rusa, pero mi tren no hizo parada alguna, de forma que no pude obtener dicha tarjeta. Me dan una dirección para arreglar el asunto, ellos no pueden hacer nada dado que es competencia de la administración rusa. En la recepción del albergue conozco a Catherine, joven escocesa y también viajera independiente que acaba de llegar a Moscú. También conozco a Norita, un japonés que viene de visitar la mítica ciudad de Samarcanda. Particularmente simpático, chapurrea algunas palabras en español y siente mucha curiosidad por todas las costumbres que rodean a la sociedad española. Catherine decide acompañarme hasta la oficina para formalizar mi papeleo pendiente, a cinco manzanas de aquí. Cuando llegamos está cerrado, hoy lunes no trabajan, de modo que optamos por visitar la ciudad con toda tranquilidad.

El primer objetivo apunta directamente a la fascinante Plaza Roja y al Kremlin. Entre los muros de ladrillo rojo de este último, se encuentran numerosas iglesias y catedrales pintadas de blanco, lo que contrastan con sus cúpulas doradas que las custodian desde su cielo. Dentro de esta fortaleza se encuentran además los secretos jamás desvelados de toda la historia rusa. Todo un halo de misterio e intriga recorre este lugar, es fácil percibirlo. Dejamos para el final la mítica Plaza Roja, accedemos a ella por el museo de Historia, un edificio con aires de cuentos de hadas. Las proporciones de la plaza son inmensas, y en su extremo sur se alza la belleza que representa la basílica de San Basilio coronada por cúpulas de formas y colores imposibles de no ver, es magnífica. A un lado de la plaza se encuentra el mausoleo de Lenin que espera la visita de una corta fila de personas. Justo enfrente están los grandes almacenes estatales, la GUM, que sin embargo no están al alcance de la mayoría de los bolsillos de los ciudadanos moscovitas, ni de los míos. En palabras de un ruso, ahora gastan más y viven mejor, aunque es evidente que gasta quien tiene y puede.

La noche llega con la misma rapidez como el día que acaba de pasar, y antes de volver a mi alojamiento, me desplazo a la plaza de Komsomolskaya o plaza de las Tres Estaciones. Es aquí donde está la estación de Yaroslavskaya que tantas veces he visto retratada en fotos y descritas en relatos. De esta estación salen los trenes con destino Siberia, nombre que no hacen más que despertar en mi persona los anhelos de aventura de todo un viaje que empiezo en dos días. Lo tengo todo tan cerca, que todavía creo estar escalando la cima de mi sueño.

Pronto en la mañana decido acudir a la oficina del día anterior, junto al Estadio Olímpico de Moscú. Hay poca gente en la oficina, espero tener suerte y poder aprovechar bien el día. Me siento en una pequeña sala de espera, donde un gran mapa de Rusia domina toda la estancia. Trazo mentalmente mi viaje a través de Siberia, sigo con la mirada la línea de ferrocarril que cruza toda Rusia de oeste a este... todos mis sueños de infancia descansan sobre ese mapa. El tiempo pasa y tras dos horas de espera no sé dónde mirar. Tengo toda la sala estudiada y junto a mí permanecen dos personas que al parecer son de Tayikistán. Al cabo de unos minutos por fin sale un funcionario, invitándome a entrar a su despacho. Diríase que estoy frente a un agente de la KGB en un interrogatorio muy mal disimulado. En un primer momento no percibo malas intenciones por su parte, aunque sus explicaciones garabateadas en un papel son muy explícitas y directas; me da un plazo de 10 días para abandonar el país por medio de mi embajada si no consigo la tarjeta de migración, de lo contrario puedo tener problemas para permanecer y dejar el país en ausencia de ésta. No me ofrece ninguna ayuda, ni una dirección donde poder acudir para resolver el problema. Decididamente algo pasa, las cosas se están torciendo y ahora la sombra de una vuelta prematura a casa se contempla sobre la realidad de un sueño que tanto tiempo me ha llevado planear. Siempre podré volver de nuevo a Rusia y evitarme quizás más problemas, ¿pero cuándo? Ahora es mi oportunidad y me niego a aceptar la idea de regresar a Madrid.

Me presento en la agencia donde me hicieron el voucher para el visado (Star Travel, Infinity Travel), pero no me ofrecen ninguna solución y eluden el problema con palabras distantes y miradas desconfiadas. Decido acudir a uno de los numerosos puestos que la milicia tiene en el metro de Moscú. Allí, un jovencísimo policía de rostro adolescente me facilita la dirección de la oficina principal del OVIR, la agencia estatal encargada de los visados y registros. Son casi las cinco de la tarde y la noche ha caído en la ciudad, todo parece más difícil cuando está oscuro, y más si la situación es del mismo color. Pregunto a una chica sentada al pie de unas escaleras para que me ayude a encontrar la oficina que no encuentro por ningún sitio, sé que estoy muy cerca pero no doy con la calle donde está situada. La joven se llama Tania, y aunque apenas podemos entendernos, advierte cierta preocupación en mis gestos y palabras. Me acompaña hasta la misma puerta de la oficina que localizamos no sin cierta dificultad de orientación. Dos policías en la puerta de la entrada me comentan que no tengo ningún problema con la tarjeta de migración, que puedo viajar tranquilo, aunque no me creo nada de lo que dicen. Todo está distante en una ciudad de estas proporciones, y tras dedicarle toda la jornada a la solución de mi problema, vuelvo al albergue, decidido a presentarme mañana a primera hora ante el consulado español.

Realizo un par de llamadas a Horacio y mi profesora de ruso, ambos en Madrid para ponerles al corriente de la situación. Al terminar la conversación telefónica, se acerca la recepcionista del albergue, y cuál es mi sorpresa después de un día impensable y cansado, cuando recibo la noticia de que debo abandonar de inmediato el hostel, no quieren responsabilidades por mi problema y la opción más fácil es echar al huésped a la calle. Es evidente que ha habido un telefonazo desde instancias superiores. Son casi las 8 de la tarde y con cinco grados bajo cero en el exterior, ahora el tiempo corre en mi contra. Norita se fue esta tarde de vuelta a Japón y Catherine salió al teatro Bolchoi, ahora es cuando realmente hecho en falta una persona cerca de mi. Una profunda angustia e impotencia recorre todo mi cuerpo, un sobrepeso moral cae a plomo sobre mi pecho… Sin saber donde voy a dormir esta noche, todos los establecimientos hoteleros piden la maldita tarjeta de migración. Exijo de inmediato el importe de la noche que ya he pagado y el dinero del billete de tren a Novosibirsk que tengo para el día siguiente. Acceden a la primera petición, la segunda queda denegada aunque tengo el billete en mano.

Bien, estoy solo, lo primero es calmarme y centrarme, estoy visiblemente alterado y un sudor recorre toda mi espalda, si bien el peso de la mochila no es la culpable de ello. Algún día tendrían que llegar los problemas, pero no los esperaba precisamente en este viaje. Camino por el metro de Moscú haciendo caso omiso a la majestuosidad de sus bóvedas iluminadas junto a una multitud que sigue el mismo camino.

Opto por ir a otro alojamiento, a tres paradas de metro de Krasny Prospekt. Me grabo el itinerario en un papel sin que apenas pueda entenderlo ni yo, y sin saber si he acertado o no con la elección del albergue a donde voy. De entrada localizo con facilidad el hostel, y en la recepción me atiende Marat, joven ruso de pelo negro y ojos azules que me indica que puedo pasar aquí la noche. Me presenta también a Yan, de aspecto trotamundos y origen francés, es uno de los socios fundadores del alojamiento, aunque también habla español. La inestimable colaboración de ambos me hacen olvidar todo el día de hoy. Al menos tengo cama y el carácter del personal es bien distinto que el que he dejado atrás. Me invitan a cenar con dos amigas francesas, Céline y Amandine, finalizando mi segundo día en Moscú de un modo totalmente inesperado.

Al día siguiente me levanto temprano, puntual a las 8 de la mañana me presento ante la puerta de mi consulado dispuesto a exponer mi pequeño problema y encontrar una pronta solución. El servicio de emergencias consulares funciona muy bien, aunque ahora dependerá de la administración rusa la rapidez con la que quieran tramitar una copia de la carta de migración. Vuelvo al hostel a la espera de una llamada telefónica que no sonará hasta 2 horas antes de la salida de mi tren a Novosibirsk que no he cancelado. El recepcionista Marat me proporciona un taxi de confianza, se despide afectuosamente con un fuerte apretón de manos deseándome suerte en mi viaje.

Ahora quedo solo ante los elementos de la corrupción burocrática rusa. Tengo que hablar con un tal Vladimir en un edificio de extranjería situado en el centro de Moscú, sólo su nombre ya me inspira desconfianza y los ecos de una posible mafia me retumban por todos lados... Hemos llegado, dejo la mochila de viaje en el taxi, llevo conmigo la pequeña donde guardo toda la documentación. Es aquí donde la administración rusa toma su tiempo, y el mío le acompaña con resignación. Un vigilante custodia la escalera por la que debo subir para reunirme con el susodicho Vladimir. Primer problema, el idioma, y si el vigilante no entiende nada, no me deja pasar. Me siento impotente al saber lo que quiero pedir y no tener los medios para explicárselo, la situación se torna desesperante. Fortuitamente un hombre de mediana edad pasa a nuestro lado, habla inglés, y le traduce mi necesidad de subir para que me deje paso, situación a la que accede tras unos segundos de deliberación. Al idioma, se le añade las dificultades de una situación imprevista, apenas entiendo nada de lo que Vladimir me dice, aunque ya conoce la razón de mi visita, el consulado español se ha puesto en contacto con él. Tras rellenar una declaración y firmar varios formularios, al cabo de una hora escucho mi nombre y mi nacionalidad pronunciada en un rudo acento ruso desde una pequeña ventanilla. Por fin tengo el papelito blanco sellado entre mis manos que guardo como oro en paño entre las hojas de mi pasaporte, es la famosa tarjeta de migración.

Salgo por fin entusiasmado del edificio administrativo y... -¿dónde está mi taxi?, ¡no encuentro mi taxi!, ¡maldita sea!-, no lo veo por ningún lado... todo mi equipaje está ahí, mi ropa de invierno, todo... Pasa un minuto con mi corazón nuevamente palpitando a velocidad de vértigo, mis ojos se pierden en todas direcciones en busca de un coche del cual no recuerdo ni el modelo ni el color, doy diez pasos y vuelvo veinte, otra vez la maldita angustia sobre mi cuerpo... Al instante un claxon suena muy cerca de mí, de inmediato reconozco el rostro del taxista con su gorra... simplemente había dejado bien aparcado el coche. De pronto mi inquietud y paranoia dejan paso a un largo y profundo suspiro, mi estado no puede ser más estresante y quiero empezar a disfrutar del viaje, no he venido a Rusia a pasarlo mal. En la radio del taxi suena un artista latino, que contrasta con el gris cemento de las grandes avenidas, lo veo todo difuso y confuso, y no precisamente por la opacidad de la ventanilla del coche. Al llegar a la plaza Komsomolskaya, le doy una generosa propina al taxista, tal vez impulsado por una confianza que me ha resultado difícil encontrar en estos últimos compases de mi paso por Moscú.

Por fin, la estación de Yaroslavskaya, un último vistazo a las caóticas calles de Moscú y su administración antes de pasar bajo las puertas de uno de los iconos del Transiberiano. Cruzo la segunda puerta… y dos policías me piden pasaporte y billete. Comprueban con ojo clínico todos los datos, se quedan con ello, deciden cachearme… no puede ser… no puedo creérmelo… a tan sólo 15 minutos de la salida de mi tren me retienen, y esta vez me envuelve una rabia que debo contener ante lo incrédulo de la situación. Al final consiguen lo que es norma común entre la policía, recurren a la extorsión. Suerte que el grueso de mi dinero lo llevo distribuido sin que ellos lo adviertan. En su rostro se dibuja una sonrisa diabólica, indicándome con su mirada apuntando al reloj, los pocos minutos que faltan para la salida del tren. Hasta ayer tenía dudas de poder estar aquí, y ahora puedo afirmar que "escapo" de Moscú e inicio el viaje por la línea del Transiberiano.

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